Queridos hermanos
Una vez estabilizados de nuestro pequeño percance, queremos compartir con vosotros los acontecimientos y reflexiones acaecidos a raíz de esa inundación que habéis seguido tan de cerca (algunos con gran preocupación).
Decimos “estabilizados” porque ya nos han puesto la cocina, punto neurálgico de estabilidad.
Pues bien, esta historia se inicia en el verano, cuando nuestro Hospital (por falta de recursos para contratar) sólo nos concede 15 días de vacaciones, obligándonos a tomar los otros 15 días en periodo escolar.
Decidimos cogernos la 1ª quincena de Diciembre para, así, aprovechar el puente de la Inmaculada con los niños. La casa nunca se queda sola salvo esta excepción y la mala fortuna hizo que, la noche del 6 al 7 de Diciembre, nuestro río Genil, que siempre oscila entre 1 y 2 m., llegase a más de 7 m. (cota no conocida históricamente) y visitase el interior de más de 800 casas.
Hicimos nuestra casa pensando, incluso, en esta eventualidad, pero… no estábamos allí. Nos llamaron… pero estábamos en Albacete. Volvimos rápido… pero ya no pudimos entrar en la ciudad. Cuando el día 7 bajaron las aguas, ya os podéis imaginar el espectáculo: el salón, muebles, sofás, despensa, un dormitorio, la cocina, los electrodomésticos, coche, moto… y todo aquellos que se deja a menos de un metro del suelo: máquina de coser, aparato de música, DVD, videos de los niños, libros, papeles…
Y, antes que nada, ver la vasija medio llena: el resto de dormitorios y la mayoría de nuestros libros y cosillas están en la planta de arriba. Hubo cinco inundaciones más, pero ya estábamos allí y el agua no entró.
¿Y ahora qué? Pues, con al cuerpo, a trabajar y, con el corazón, a poner a prueba nuestra actitud salesiana: ánimo y alegría (no os imagináis los chistes que se cuentan en familia en estas circunstancias)
¿Y cómo se sostiene esta actitud? Fácil. En primer lugar, SÓLO SE HAN PERDIDO COSAS. Y las cosas no son más que herramientas perecederas en nuestro camino. Ciertamente, estamos más incómodos, pero sólo son pequeñas circunstancias en la historia de nuestra vida que tiene un destino que va más allá de las cosas. En segundo lugar, LA PRESENCIA DE DIOS que hemos experimentado a través de los muchos signos que hemos podido atesorar.
¿Y qué se puede atesorar en esta experiencia? Os ponemos sólo unos ejemplos:
-Ese 7 de diciembre contamos más de 20 personas en la casa sacando lodo. Unas, las conocíamos. Otras, no las habíamos visto nunca.
-En los días sucesivos, la reacción de los hermanos de la parroquia fue sorprendente. Se presentaron con sus botas de goma y alguna herramienta para limpiar y sacar fuera todo lo irrecuperable. Nadie les llamó. Allí estaban.
-La familia (padres, hermanos, cuñados, primos…) vinieron para limpiar y arreglar lo arreglable. Estuvimos más unidos que nunca.
-Los comercios, admirable. P. e. los panaderos hicieron su reparto el día 8 como si fuera un día laborable (sin cobrar, por supuesto).
-Los vecinos no tocados por la inundación ocupaban naves con bombonas y cocinas para preparar comilonas para el barrio.
-La actitud de los servicios públicos (policía, bomberos, militares…) siempre atenta y cercana.
-Nuestros amigos hicieron turnos para llevarnos los almuerzos y las cenas. Ni que decir tiene que la comida nos sobraba.
-Y el apoyo y cariño de tanta gente. Perdonad que no se cogiera el teléfono… sonaba continuamente.
Para terminar, no queremos dejar de agradecer a los hermanos del Centro en general, y al Consejo en particular, vuestra cercanía y vuestra oración. Siempre tan atentos. Y compartamos estos ‘signos del Amor de Dios’ que son mucho más importantes que las cosas.
Un fuerte abrazo
Paco y Cristy